¿Se había vuelto loca, con perdón, la señorita? ¿Cómo podía ni siquiera pensar —le soltó, severa— que un pobre, aunque fuera un patrón de la categoría de Ibars, osara, ni aun después de la muerte, poner los pies en el Casino de la Rueda, el café de los señores?
Camino de sirga, 29
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