Aquella mañana, el viejo le había ido explicando el itinerario: aquello era Ribarroja, lo de allí Ascó, el castillo que vislumbraron mucho después era el de Miravet… El veterano de Africa tenía razón: desde muchas generaciones llevaba el veneno del río en la sangre y si los pueblos desconocidos tendidos en la ribera le sorprendían, nada le resultaba extraño en el agua viva que conservaba en sus entrañas fangosas los huesos perdidos del padre.
Camino de sirga, 44
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