Los primeros rumores provocaron una cierta agitación –recordaba el viejo, parado sobre los escombros de la calle de la Muralla– pero nadie se los tomó demasiado en serio: una tormenta de verano sin consecuencias. Se hablaría de ello durante unos meses, de la misma manera que se había hablado antaño otras veces, habría un poco de ruido y el estrépito volvería a atenuarse hasta la siguiente reaparición. Sin embargo, aquella vez la predicción resultó falsa. Los rumores se hacían insistentes, los diarios comenzaban a hablar de ello, la inquietud creció y, ante la estupefacción de todo el mundo, un día de los carnavales de 1957, en medio de la euforia de bailes y pasacalles, comenzó la invasión.
Los camiones cargados de gente forastera llegaron por la carretera de Lérida, los potentes motores silenciaron el alboroto festivo y muchas caras se horrorizaron detrás de las máscaras. Los vehículos no se detuvieron en la población; siguieron un par de quilómetros Ebro arriba por el camino del Riber pero su paso había dejado un rastro de inquietud.
Camino de sirga, 275-276
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