El día de la evacuación, conseguí embarcar a los padres de Alexandre en uno de los últimos laúdes que huían Ebro abajo. Volví a casa para recoger lo mínimo indispensable para mí y salí a toda prisa hacia el transbordador del Segre. Ya oscurecía. Cuando me disponía a enfilar la calle Mayor, oí una explosión aterradora; parecía que el pueblo fuese a volar por los aires. Una ventolera me estampó contra una puerta; una lluvia de cristales rotos caía de balcones y ventanas. Habían volado el puente del Ebro para que no pasaran los nacionales, decía un soldado. No pude escaparme: los fugitivos que nos habían precedido habían dejado el pontón en el otro lado del Segre.
La galería de les estatuas, 191-192
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