El día del bautizo estuvo pendiente de que el niño llevase la cara bien tapada con un pañuelo durante el trayecto hasta el atrio de la iglesia. Había que preservar a los niños de las fuerzas malignas que les acechaban mientras aún no les protegía la gracia del bautismo. Después de la ceremonia, ya en casa, a escondidas del cura, también lo protegieron contra el río con el rito ancestral, secreto, de dejar al niño, vestido con la ropa del bautizo, encima de la cama: tanto tiempo como lo tuvieran así, flotaría si un día caía al Segre o al Ebro. Alargó tanto el ritual que Bárbara acabó riñéndola para que diese el pecho a la criatura, que lloraba de hambre.
Memoria estremecida, 270-271
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