El laúd que flotaba en el río del cuadro era el Carlota. El padre había apresurado su finalización para suplir al Rápido, perdido en el naufragio de la Lliberola. Los carpinteros de ribera trabajaron como condenados en las atarazanas, mundo embelesador y empapado de misterio, con humaredas, aroma de madera y olores de brea, donde la llevaban a ver el barco que, al principio, le parecía el costillar de un animal enorme y aterrador. En visitas sucesivas observó cómo iba tomando forma, cómo lo equipaban con aparejos y pertrechos, cómo Aleix de Segarra pintaba su nombre con carmín en la proa…
La botadura de la nave era uno de los recuerdos más nítidos de la señora. […] ella, con la ayuda de su padre, había roto una botella de champán contra la proa del barco donde el nombre resaltaba a uno y otro lado con letras rojas sobre un triángulo blanco.
Camino de sirga, 30-31
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