Poco antes del cierre de las compuertas del pantano de Ribarroja, la lluvia cayó con violencia sobre la villa demolida y desierta. Los barrancos de la sierra del Castillo se precipitaron con furia sobre los muelles, rompieron las amarras podridas del cementerio de laúdes y los dispersaron. A la deriva en un Ebro furioso que había olvidado las estelas de las quillas y la cadencia de las bogadas, zozobraron por rápidos y roquedales. El Virgen del Carmen se hizo astillas frente a la Isla de los Trece Santos, su proa encalló entre los álamos de la orilla. Cuando el agua del río bajó, nadie reconoció los restos de la nave; la rabia de la riada había borrado las letras del tercer nombre. El viejo Neptuno, botado con discursos, banderas y música en el muelle de las Viudas uno de los días esplendorosos del Edén, era para siempre jamás un costillaje anónimo de madera muerta.
Camino de sirga. Trad. al castellà de Joaquim Jordà. Barcelona, Anagrama, 1989.
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