En pocos meses, el paisaje había cambiado: en aquel lugar de antiquísimos bancales, ahora se alzaban un buen número de barracones de madera y edificaciones blancas con tejados de uralita; las máquinas se movían por el terreno como colosales insectos metálicos entre una polvareda amarilla.
Se sentía expoliado, profundamente triste ante la invasión que también aquejaba a la villa, convertida en un hormiguero de gente forastera para quien el paisaje no significaba nada. ¿Qué iba a ser de su mundo, de todos ellos? Un laúd cargado de carbón zarpó del muelle de la mina Eugenia, un trecho más abajo del campamento; la nave le pareció desvalida al lado de las máquinas que cortaban la montaña o de los mastodónticos camiones volcando toneladas y toneladas de tierra para desviar el río a un lado del valle y comenzar los cimientos del gran muro.
La galería de les estatuas, 153
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