–Ha subido mucho —me dijo después de echar un vistazo al río por la ventana—. ¿Crees que saldréis?
Refunfuñé que no lo sabía, pero cualquiera que conociese un poco al viejo Gòdia, nuestro patrón, podría asegurar sin equivocarse que, aunque se uniese el cielo con la tierra, el viejo soltaría amarras. No había mejor patrón en toda la ribera y conocía el río mejor que nadie, pero era más tozudo que una mula. ¡Yo lo sabía bastante bien! Todavía no me afeitaba —y los años que tardé— y ya navegaba de mozo en su laúd. ¡Hala, ahora río abajo con el laúd cargado de carbón! ¡Ahora río arriba, con harina, cacharrería y jabón blando! El viejo Gòdia procedía de familia de navegantes y se había criado por aquella ribera con la gente del oficio; en aquellos tiempos todavía no se utilizaban las bestias para remolcar los laúdes río arriba y los hombres se dejaban la piel por las orillas del Ebro a fuerza de estirar la sirga.
Riada, en Historias de la mano izquierda, 48-49
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