»No me alargaré mucho. El embrollo ha empezado a media mañana. Cirici, mi marido, y los peones que llevaba cuando era patrón del Santa Teresa, los teresianos, como los llaman desde que usted los bautizó así por el nombre del laúd, estaban de cháchara en la plaza de Armas. Los cuatro son de la misma quinta, los jubilaron a la vez y siempre van juntos, como cuando navegaban por este río de Dios. Si hace buen día, se sientan a la puerta del bar Esport y se pasan horas bajo las acacias. Como sabrá, es un punto de primera para pasar el rato. Controlan idas y venidas, observan a los pacientes de la consulta del doctor Beltrán, hacen cábalas sobre sus enfermedades, repasan el tiempo, la cosecha, la marcha de las minas, los chismes… Con frecuencia, para estirar las piernas, levantan el culo de la silla, cruzan la plaza, se apoyan en el antepecho del muro del Ebro, observan los muelles y contemplan el bullicio.
La metafísica bajo las acacias, en Calaveras atónitas, 133-134
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