Cuando regresó del cementerio, en lugar de subir a casa, se dirigió a los muelles, embarcó en un pontón de la viuda, colocó los remos en los toletes y se lanzó Ebro abajo ante el estupor de la gente, horrorizada por aquella increíble ruptura de las costumbres funerarias. Le descubrieron cerca de Miravet, de bruces sobre una glera, desmayado y cubierto de barro; tenía las palmas en carne viva, despellejadas por la brutal boga; su cuerpo parecía el de un muñeco roto.
Camino de sirga, 127-128
© 2009-2021 Espais literaris de Jesús Moncada · Disseny de Quadratí