Recordaba con nitidez el sonido del trombón, aislado de los restantes instrumentos de la banda, como fondo de aquella noche. A veces lo evocaba lejano, apenas audible, por la parte alta de la población, donde los callejones recuperaban su identidad primigenia de barrancos por los cuales la sierra del Castillo lanzaba al Ebro las aguas de las lluvias. Después, le oía seguir, alternando bajadas con subidas, los vericuetos del laberinto medieval y una vez, en el itinerario imprevisible del pasacalles, le pareció que se ensanchaba en la explanada de la plaza de la Iglesia.
Camino de sirga, 133
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