Se imaginaba a Feliu en las mazmorras del castillo, solo con la espantosa noticia. Daría la vida por ahorrarle las horas que le quedan, para que un rayo le fulminase ahora mismo. A las ocho de la mañana, empezará para él la tiniebla; para ella y sus hijos, la soledad marcada por la infamia. Lo matarán, si es que queda alguna fibra por matar en el espectro en que han convertido a su marido.
Memoria estremecida, 250
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