Se internó suavemente en el recuerdo: sentía cómo la piragua se deslizaba sobre la sombra temblorosa que el puente proyectaba en el río; el Ebro, un espejo cegador al sol de la tarde de junio, se volvía allí de un verde oscuro. […] Junto a una de la pilastras, había aún restos del primer puente, construido en los años veinte y volado durante la guerra civil por las tropas republicanas. El nuevo descansaba sobre los restos del otro, del que, pese a la limpieza, aún quedaban hierros retorcidos y cantería, peligrosos para la navegación.
La galería de las estatuas, 149
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